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Reacciones opuestas luego de enfrentar el pánico

Hace muchos años escribí un mal cuento. ¿Su principal falla? Responder a una pregunta existencial de una manera nada sutil. Pura obviedad. Se trataba de un hombre que estaba por morir y había desplegado una serie de artefactos para que dieran testimonio de cómo era ingresar a esa otra dimensión. Cámaras, sensores, medidores clínicos, ya no recuerdo. Como parecía previsible, él moría sin echar luz sobre ese momento que tememos y que nos obsesiona.

El mundo sin uno y uno sin el mundo son temas recurrentes. Algunos malviven con miedo por lo que puede pasar. Otros sufrieron un episodio traumático y eso les da una perspectiva diferente. No es lo mismo, claro, el temor por la violencia política que una traición o una enfermedad. Desde lo sociológico, son diferentes. Desde lo psicológico, quizás no tanto.

Estar cerca de la muerte deja huellas que no siguen un parámetro predecible. En su libro “Surviving Survival: The Art and Science of Resilience” (algo así como “Sobrevivir a la supervivencia: el arte y la ciencia de la resiliencia”), el autor Laurence Gonzales narra historias de personas que estuvieron en el mismo lugar y ante el mismo peligro (por ejemplo, una pareja atacada por un oso en un trekking) y analiza cómo evolucionó cada uno. Son curiosas las diferencias: mientras en algún caso el terror y la complicada recuperación dieron lugar a una vida activa, mirando al futuro aprovechando estar recuperado, en otro es a la inversa: pánico, depresión, incapacidad de desprenderse de lo vivido, un ancla permanente con el pasado.

Nunca padecí una cercanía con la muerte. Quiero decir que no me sentí en peligro. Con una excepción: una vez iba, estresado, manejando por la avenida Lugones en Buenos Aires. Debía ingresar a Ciudad Universitaria pero no circulaba por la vía correcta. Cuando me di cuenta, di el volantazo y doblé sin percibir que había un camión a mi derecha. No me rozó pero estuvo ahí. Ahí. Recuero que el chofer me miró y me hizo el signo de “¿Estás loco?”. Me había expuesto demasiado. Hace de esto más de veinte años. Cada vez que paso por esa zona me acuerdo de la cara de incredulidad del conductor: por suerte, creo, su gesto me quedó grabado.

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