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Conflicto en la histórica milonga de Barrancas de Belgrano: denuncian que otro grupo usurpa la Glorieta

Son las 20.30 de un sábado de marzo. Hay brisa y suena el lamento de Raúl Berón en “Jamás retornarás”, por Miguel Caló. Estamos en la Glorieta de Barrancas de Belgrano, esa fracción de patio octogonal con techo de pagoda, donde hace 25 años funciona los fines de semana una milonga al aire libre. Las parejas se desplazan, embriagadas en el abrazo. Al costado, un hombre escoltado por un par más observa la pista. En minutos interrumpirá el baile.

Esta historia combina tango y Covid. Además -dicen varias fuentes- alguna desinteligencia de las autoridades porteñas, que al hacer “la vista gorda” permiten que el problema no solo se cuele sino que se expanda.

El nudo es un conflicto que se repite cada fin de semana desde diciembre. Dos partes pujan por el uso del espacio público de la Glorieta. La situación escala al punto de perturbar a los vecinos y generar indignación en los bailarines que habían esperado toda la semana para participar de la tradicional cita cultural.

Hace 25 años funciona una milonga los sábados y domingos en la Glorieta de Barrancas de Belgrano. Pero al creador le cambiaron los horarios previos a la pandemia y otro grupo irrumpe en el lugar. Foto: Maxi Failla

Llamaremos “Gómez” al hombre a punto de interrumpir el baile.

Según pudo comprobar Clarín y en base a distintas entrevistas con personas que pidieron no ser identificadas, cada sábado y domingo, cuando la milonga está en su clímax, Gómez o su hijo llegan con un imponente parlante bluetooth.

Se apostan al costado de la pista (“con cara de pocos amigos”, resumió un hombre en sus sesentas) y a las 21 presionan “play”. Tango, bachata o salsa se imponen por encima de la música que sonaba hasta ese momento.

Las partes

Arrancan las quejas, algún grito o insulto de una y otra parte, aplausos y cantitos al ritmo de “¡que-se-vaya!”, en boca de los bailarines, a veces 100, a veces 150 y hasta 300 personas, siguiendo la estadística de las mejores épocas (en la prepandemia) de la Glorieta.

Lo que sigue después es un infortunio, considerando “la poca oferta cultural gratuita que tiene la ciudad de Buenos Aires”, analizó una joven que frecuenta la Glorieta y que pidió no revelar su nombre.

Y es que Gómez, “en pose gozadora”, vocifera que “es un espacio libre y público” y que “la milonga tiene que terminar a las nueeeveee”.

Si el ambiente se caldea lo suficiente, llega la Policía, cosa de “descontracturar”. Y como es lógico imaginar, cada uno a su casa. 

El conflicto se apaga, pero se enciende, o al día siguiente, si es sábado, o el fin de semana siguiente, si es domingo.

Permiso

Quien organiza, musicaliza y en definitiva sostiene la milonga de la Glorieta (a la gorra) los sábados y domingos todo el año es Marcelo Salas, un hombre reconocido en el circuito tanguero justamente por ser el que arma la Glorieta.

A diferencia de Gómez (que antes de la pandemia utilizaba el espacio algunos días de semana (entre lunes y viernes), Salas cuenta con un permiso oficial de la Comuna 13 para usar el lugar. 

Barrancas de Belgrano, Milonga. Foto: Maxi Failla

Clarín mantuvo entrevistas con Salas, con “Gómez” y con autoridades porteñas para comprender cómo un espacio cultural que había funcionado con todo éxito durante 25 años (imán ineludible de turistas), de repente, desde la pandemia, se transformó en un absurdo ring vecinal.

Voces en la noche

Por fuera de las acusaciones mutuas, de las charlas que mantuvo este medio con las distintas fuentes se desprende una conclusión evidente.

Y es que, desde que se rehabilitaron los bailes de salón en la Ciudad (por meses, prohibidos por el Covid), la Comuna le otorgó a Salas una autorización “rara” respecto de las que las distintas gestiones porteñas le habían venido dando desde 1996.

¿Qué dice esa autorización?

Lo explicó Salas: “En lugar de poder utilizar el espacio hasta las 22, en invierno, y hasta las 23, en verano, nos permitieron usarlo hasta las 21 en verano, y de abril a noviembre, hasta las 19. Lamentablemente, el permiso no contempla los horarios tradicionales de la actividad”.

Para quienes aguardan con ansias la cita tanguera del fin de semana, el nuevo permiso es decepcionante, ya que el tango es un circuito eminentemente nocturno.

Encima, los más fanáticos usaron siempre la Glorieta como una suerte de “previa”, antes de ir a cenar o terminar la noche en otros espacios milongueros que arrancan su actividad aún más tarde.

¿Por qué le bajaron el horario a la Glorieta? Según explicaron desde la Ciudad, “se buscó respetar el horario de descanso de los vecinos”.

La comuna 13

Los más críticos, en cambio, explican que la comuna “hizo la vista gorda”. El argumento tiene una explicación.

Ocurre que el Gobierno porteño sostiene el cambio de horario en que, mientras la Glorieta estuvo cerrada con un vallado por la pandemia, recibieron quejas de los vecinos “por disturbios“, con música fuerte a altas horas de la noche y gente tomando alcohol.

Las voces más enojadas apuntan a Gómez. Dicen que él y sus seguidores fueron los que incumplieron la disposición de no utilizar la Glorieta para evitar los contagios de Covid (Clarín accedió a videos que lo muestran).

A la falta de autorización para Gómez, se sumó entonces un estilo de encuentro “quilombero”, usando las palabras de una fuente, que no se condice con el espíritu pacífico de “la Glorieta de Salas”.

Las quejas de los vecinos por una situación que la propia Ciudad no habría podido controlar en su momento parecen haber derivado en una medida restrictiva “democrática”, que afecta a toda la actividad cultural desplegada en la Glorieta. Incluye, desde ya, la milonga histórica de los fines de semana.

Y, adicionalmente, como la milonga de Salas se ve obligada a terminar bastante temprano, Gómez aprovecha para ocupar el espacio a las 21 “en punto”, invocando la limitación del permiso que le dio la Ciudad a Salas.

Gómez, sin embargo, no tiene permiso alguno.

Tira y afloje

Agotado por el conflicto, Salas explicó que quedó en el “dilema de elegir dos caminos posibles”. Es decir, bancarse la situación, terminar la milonga en el horario concedido y soportar las intromisiones de Gómez o, de algún modo, forzar la situación cada vez que se produce, lo que Salas describió con claridad: “Irremediablemente terminaría en una patética reyerta entre bandas”.

¿Qué dice Gómez de todo esto? Que “Salas debería estar agradecido de las cuatro horas que le dieron” aunque, aclaró, él no hubiera sido “tan permisivo luego de usar el espacio 25 años”, y que “en la vida hay que soltar”.

Ante la pregunta de este medio por si reconoce haber actuado en forma violenta o disruptiva, agregó lo siguiente: “Es una visión absolutamente falaz. De ningún modo”.

Y luego concluyó: “Uno no puede romper algo que está en el espacio público. Si usted me dice que entré a su casa, bueno. Pero no puedo irrumpir una reunión en el espacio público porque el espacio es de todos. Ni yo ni nadie puede hacerlo”.

SC

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